Cullerot, Celler del Roure. Regreso a una tradición milenaria

El Cullerot, Celler del Roure. StylusVinum.com

Junto a las modernas instalaciones enológicas de Celler del Roure (Maduresa, Les Alcusses, 16 Gallets) en Moixent (Valencia), existe una antigua bodega subterránea, la “Bodega Fonda”, que contiene casi un centenar de tinajas de barro enterradas, empleadas en su época para la elaboración de vinos.

La parte más antigua se construyó en la primera mitad del siglo XVII, ampliada con posterioridad en otras dos fases. Desde inicios de los años 40 del pasado siglo esta antigua bodega ha permanecido durmiente hasta que el enólogo Pablo Calatayud, animado por su padre, decidió experimentar con vinos de la cosecha de 2009 en unas cuantas de estas grandes vasijas restauradas.

Celler del Roure

Pablo y Paco Calatayud entre las tinajas semientrerradas en la ‘bodega fonda’

La utilización de vasijas de barro cocido se ha utilizado desde siempre para la elaboración de vinos y para su transporte en los países ribereños del Mediterráneo. Y en Extremadura su empleo en la elaboración de vinos caseros ha llegado hasta nuestros días con lo que se conoce como “vinos de pitarra”. Pero en los últimos tiempos ha resurgido un interés por este material, con varios ejemplos de prestigiosos bodegueros que trabajan con tinajas en España, Europa y Estados Unidos.

Y no se trata de una acción de mercadotecnia, como algunos pudieran pensar, sino que este material está demostrando sus buenas cualidades. Con las tinajas enterradas se reduce la acción oxidativa del poro del barro y este material no tiene cargas electrostáticas, por lo que los vinos permanecen más estables que en los modernos de acero inoxidable y salen más limpios, con lo que sólo es necesario un filtraje muy leve. “En principio”, comenta Calatayud, “el sabor que pueda transmitir el barro cocido a los vinos es neutro, pero muestran un carácter mineral y salino, quizá a través de la transpiración, al estar en contacto con la tierra, o bien porque se potencie la mineralidad natural que pudieran contener al estar tan poco filtrados”.

El Cullerot de 2012 está hecho con Verdil, Pedro Ximénez, Macabeo y Chardonnay, y ha tenido una crianza de seis meses en tinaja. Su color es oro pálido, con aroma de buena intensidad que recuerda las frutas blancas, manzana, plátano, heno seco. En el paladar se muestra sabroso, equilibrado, llena la boca, con un fondo mineral, salino, elegantemente amargoso. Pablo Calatayud también elabora un tinto criado en estas ánforas hecho con Mandó y Monastrell, diferente y con marcada personalidad. Unos vinos que demuestran el gran potencial de este método de vinificación.

Celler del Roure Cullerot 2011: 8 €

 

 

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