La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África (y 2)

La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África

Después de presentar la Plaza de Yamaa el Fna, de Marrakech, en esta segunda entrega el viajero propone disfrutarla desde las alturas, a través de las terrazas de sus cafés y restaurantes, y descubrir otro de sus grandes tesoros, las decenas de zocos organizados por oficios a los que se accede por calles laberínticas y llenas de vida. Además, el autor nos recomienda algunos de sus lugares favoritos de la ciudad y también el libro que le animó a conocer Marruecos / En la imagen superior: Zoco de las pieles / Foto: Gilbert Sopakuwa /

La oferta de alojamiento en Marrakech es muy variada, especialmente si se busca un precio medio. También dispone de numerosos riads (antiguos palacetes o viviendas tradicionales -muchas veces regentados por los propios dueños- reconvertidos en hoteles con espectaculares patios interiores) a precios razonables. En lo que respecta ésta, mi primera visita a Marruecos, mi acompañante y yo encontramos habitación en el tercer hostal al que entramos. Estamos en una de las callejuelas que desemboca en la Plaza de Yamaa el Fna, que desde ahora será simplemente la “Place”, en el Hostal Afriquia. El hotel es modesto y en el patio, adornado con teselas y pequeños azulejos de color claro, retumban ecos franceses e italianos. En la habitación, más sobria que la celda de un convento, pero con un frescor a menta que resucita, se escucha el zumbido que según nos dicen no proviene de la marabunta de la plaza, sino de los moradores invisibles de las miles de galerías, pasadizos subterráneos y caminos secretos que fueron construidos en la Medina hace siglos y de los cuales no existen mapas ni entradas conocidas, pero que son utilizados a diario para transportar mercancías que se expondrán a la mañana siguiente.

Tiene una terraza espléndida desde la que se ve la plaza y en la que muchos extienden sus mochilas para dormir al raso que, por otra parte, es la forma más económica y agradable de hacerlo. El aire, que es por primera vez un poco más fresco, deja en suspensión las virutas que salen de los fogones de los puestos de comida, mezcladas con el humo de tabaco de shisha y de briznas de azúcar y pimienta, canela y menta.

La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África

Panormámica de la Plaza de Yamaa el Fna de día. Foto: Rafa Salom

Disfrutar de la Plaza de Yamaa el Fna desde las terrazas

“El cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro,
tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba,
que nos protege de lo que hay detrás”.
Paul Bowles, El cielo protector

Esta frase, que Paul Bowles1 pone en boca de uno de los personajes en El cielo protector (1956), define lo que para el autor de esta crónica es un elemento fundamental del viaje por Marruecos: un cielo vivo que se convierte en un compañero más de la travesía por tierras marroquíes, como un mar sólido que actúa y protege al que lo contempla. Por todo ello, es aconsejable pararse a contemplarlo con calma. Y no solo una, sino muchas veces.

Quien quiera disfrutar de las vistas de la plaza puede acceder a las decenas de cafés o restaurantes que la rodean para hacerlo, donde bastará pedir un café o un refresco, aunque en algunos es obligatorio pedir algo de comer. Tres lugares que recomiendo son el Resturante Toukbal, la terraza de Le Grand Balcon du Café Glacier (desde donde se divisa la entrada al desierto del Sahara) y el mítico Café de France, todavía decorado como en los años cincuenta, cuando Marruecos estaba transitado por espías, fugados y escondidos de la II Guerra Mundial. Si se quiere disfrutar no solo de la plaza, sino de la visión panorámica de toda la Medina se puede visitar el barrio de Gueliz, conocido como el barrio europeo, y contemplar toda la Avenida Mohammed V. Cualquier de estos lugares es magnífico para contemplar la puesta del sol y disfrutar de la caída del astro más puntual de la tierra.

A las cinco de la mañana, como cada día, nos despierta la llamada a la oración. La primera impresión es de estremecimiento, ya que no esperaba que se escuchara tan alto, aunque más tarde el sentimiento se transforma en respeto. La llamada que escuchamos surge del muecín de la Mezquita de Kutubía, también conocida como la mezquita de los libreros (Kutub significa libro) pero rápidamente se entrelaza con las llamadas de otras mezquitas más pequeñas, y eso hace pensar que todos los habitantes de este barrio y más tarde de esta ciudad escuchan el mismo llamamiento, y aunque sea durante unos minutos se produce la inevitable comunión de una comunidad, que detiene el mundo durante unos segundos para concentrarse en lo más profundo de sus creencias.

La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África

Foto: Ali Jorcat

Marrakech, la ciudad de los zocos

La mañana le otorga a la plaza una apariencia fría, como de recién despertada, como si se tratara de la plaza mayor tras la feria del pueblo, con el suelo lleno de banderines, confeti, postales y trocitos de papel de oro, a la espera de que, como cada nuevo día, lleguen las cinco de la tarde y los tenderetes de comida comienzan a hacer su aparición y la plaza vuelva a bullir de actividad. Éste es otro de sus atractivos que nos ofrece: la posibilidad de pasearla a diferentes horas del día y encontrar siempre algo distinto.

De camino al Zoco Smata, conocido como el zoco de los curtidores y las babuchas, nos dejamos seducir por un guía flaco y espabilado que nos promete el mapa secreto de las tenerías o curtidurías, lugar donde se trabaja la piel de vaca, cordero, camello, búfala o cabra. ‘Me gusta España, mi hermano en Córdoba’, nos dice. Se llama Ahmed, y de inmediato se gana la propina por sus explicaciones meticulosas y divertidas. Este zoco está situado al norte de la plaza y se llega atravesando callejuelas en las que desaparece el clic-clic de los turistas y sólo son transitadas por ancianos y jóvenes del barrio que van de uno en uno, con bolsas de plástico, bandejas repletas de vasitos de té, platillos de dulces, o guiando a unos burros cargados con todo tipo de materiales.

Para llegar hasta aquí hay que atravesar varios callejones de ésos que cuando parecen terminar se doblan en caprichoso ángulo recto, y así tres o cuatro veces. El ocre de las casas se mezcla con el azul sedoso de las telas que atraviesan las calles, el blanco del Atlas con el tostado de las construcciones andalusíes, y así ocurre en el zoco de los carpinteros, en Zoco Chouari, el de los cesteros y los torneros de madera, el Zoco de los Haddadine, el de los ferreteros, en el de los tintoreros. Huele a cuero y a agua fresca, a billete usado y a dátil, a vainilla y a miel. Colores que se huelen, olores que se ven.

La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África

Foto: Comstance

Al entrar en una de estas fábricas de pieles el que se presenta como jefe nos entrega una ramita de menta para que aguantemos mejor el fuerte olor a caca de vaca, así de claro. Es un tipo desgarbado y bajito que nos habla de fútbol y nos entrega las credenciales de todo buen comerciante: Todo a mano, trabajo muy duro, muy duro. Nos cuenta las diferencias de las diferentes clases de piel y sus tratamientos.

Después de la primera lavada, a las pieles les espera un buen baño de excremento de vaca, o de paloma en el mejor de los casos. Y añade con naturalidad que son las mujeres las que se dedican a buscar este particular y reputado material. Se pasa después a la fase del prensado y del curtido. Un cometido duro, sobre todo por las horas que hay que dedicar pisando y escurriendo la piel dentro de los barreños excavados en plena roca, caliza y humeante, donde se colocan los trozos una y otra vez. Es como el chafado de la uva pero cambiando la vid por un pellejo sulfuroso y vivo que suplica aire en cada ahogamiento. Duro, muy, muy duro, quitar impurezas, suciedad, así mejor calidad, dice. El estirado de las pieles deja paso a una nueva limpieza de las impurezas: después se estiran nuevamente las piezas y se dejan secar. Tiene que pasar al menos dos semanas hasta que se les dé color -utilizan páprika para teñir de rojo o el añil para el azul-, y casi igual para que después de absorbido el tinte, puedan plegarse a los deseos de los compradores al por mayor, reservado para los comerciantes locales.

Conviene recordar que tras mostrar el funcionamiento de cualquier trabajo artesanal, ya sea con pieles o con piezas de barro, el guía invitará a un té y dejará al visitante con los propietarios de su tienda que le sacaran sus mejores productos. En este momento bastará la decisión de comprar o no del visitante. Y en este punto basta hacer una consideración: el regateo es obligatorio. Es más, no regatear se considera una falta de educación, así que el viajero experimentado no preguntará por el precio de un objeto si no tiene intención de regatear. A excepción de que ésta, claro está, sea parte de su técnica (que requiere mucha experiencia).

Otros puntos de gran interés para visitar son la Madrasa de Ben Youssef (escuela coránica con bellos mosaicos y techos de madera); las Tumbas Saadíes y la Maison de la Photographie.

Aunque Marrakesh recibe cada año miles de visitantes, no está de más recordar que el consumo de alcohol está muy mal visto, y hacerlo por la calle está absolutamente prohibido, así que solo se podrá hacer en ambientes privados y muy reservados, o en hoteles y restaurantes frecuentados por extranjeros; así, es posible disfrutar de una copa de vino marroquí en el Kosybar Restaurant. Existen centenares de opciones de ocio y personalmente recomiendo el Churcill Bar, del Hotel La Mamounia donde cada noche hay jazz en directo, el ambiente chillout de la terraza del Möi y el cuscús del último piso del Hotel Islane. Para los que quieran asistir a un espectáculo de danza del vientre -básicamente dedicado a los turistas- lo podrán encontrar en el Comtoir Darna, o en restaurantes con espectáculo como el Jad Mahal, Le Marrakechi o Le Yanjia.

La Plaza de Yamaa el Fna, Marrakech: la Plaza más bonita de África

El autor en La Place

Una Plaza Yamaa el Fna nueva cada día

De vuelta a la Plaza de Yamaa el Fna -Declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2001- a eso de las diez, el tránsito de bicicletas y de las motos anuncia que comienza de nuevo otra jornada de actividad frenética. Cerca la entrada de la Medina están los mauritanos, con sus ungüentos medicinales, con sus salamandras y lagartos enjaulados, con sus dientes y colmillos de serpientes, escorpiones y arañas; con el muérdago o “viagra” bereber, con sus remedios para la alopecia y la jaqueca.

Poco a poco empiezan a llegar los primeros buscavidas, los cantantes, los dentistas callejeros, los acróbatas, los encantadores de serpientes que se disputan los mejores lugares y los grupos de bereberes cuya única razón es estar allí y dejarse ver, cantar, bailar y sonreír, rodeados por un mar de gente que les observa encantados, una y otra vez, como si no les hubiera visto nunca.

Aquí, en un puestecillo de especias, ungüentos medicinales y aderezos mágicos, un pequeño asteroide dentro del universo del zoco, justo en el centro de la selva de olores que buscaba, entre cientos de kílim y rostros siempre distintos, huele a menta y a carne asada, a pan recién horneado, a madera mojada, a azahar, a pesas oxidadas y estaño. Flanqueado por pergaminos del sura islámico, juegos de teteras, aparatos de radio y cacerolas, uno se da cuenta de que ha caído de nuevo bajo el encanto de la Place. No hay nada que hacer, sólo mirar y dejarse llevar. Es tal la amalgama de ruidos y aromas que sobran las palabras. El espectáculo está servido. Empieza de nuevo el circo de la vida. Aquí, en la Plaza Yamaa el Fna, la más bonita de África.

Dedicado a Fidel Masreal.

1 Nota del Autor: Paul Bowles, escritor, compositor y, sobre todo, viajero (1910-1973), llegó a Tánger con veintiún años y se quedó tan fascinado con Marruecos que vivió aquí la mayor parte de su vida. En esta ciudad ejerció de cicerone a varios escritores de la llamada Generación Beat, como William Burroughs, Jack Kerouac y Allan Ginsberg, y otros como Truman Capote o los Beatles. Sus obras El cielo protector (1949) o Déjala que caiga (1952), ambientados en este país ayudaron a descubrir estos paisajes a través de la literatura.

 

 

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