PRIMEROS DÍAS EN KYOTO

JAPÓN: DIARIO DE VIAJE (2), Texto y fotos de Josep Pena, agosto 2011.

Tras un comodísimo viaje en el Shinkansen, llegamos a Kyoto. Resultó una experiencia interesante recordar cómo era eso de fumar en los trenes. Sí, sí… fumar. Estos japos tienen una curiosa forma de cuidar el entorno y la salud. En la calle no se puede fumar (hay zonas habilitadas para ello) pero en los bares, restaurantes y medios de transporte conviven las dos opciones, de manera que puedes elegir dónde, cómo o a quién intoxicar con el humo de tus cigarrillos.

Llegados a la impresionante estación de Kyoto, tomamos un autobús hacia en la parada más cercana a nuestro hotel, el Royal Kyoto Hotel & Spa: un 4 estrellas que conseguimos por 47 euros la noche (una doble superior) en el centro de la ciudad (Kawaramachi con Sanjo). Como llegamos pasadas las 4 de la tarde, comimos una cosilla rápida y nos reservamos para la cena. Paseamos el área de Ponto-chó, una zona de bares y restaurantes en casitas de madera entre callejones estrechos junto al río que parecen sacados de otra época. La oferta gastronómica y de ocio es sencillamente apabullante. Coexisten restaurantes de cierto nivel con otros de menú rápido flanqueados por algún establecimiento de dudosa reputación. Optamos por un sitio pequeño (de nombre Yoshina), de aire netamente japonés y que ofrecía varios “set” de sashimi, témpura, terayaqui y un menú degustación con apettizers, sopa de misho, ensalada de verduras recordando crudités, sashimi, ternera (no era de Kobe) y un postre de chocolate blanco sobre yokan (gelatina dulce de judías). Acompañamos con cerveza y pagamos unos 120 euros (los dos). El servicio impecable y el local exquisito.
Esta mañana nos hemos armado de valor y nos hemos echado a la calle con casi 40 grados de sensación térmica y humedad del 100%, dispuestos a dar cuenta de todo templo, palacio o jardín, original o reconstruido, que topáramos por el camino. El autobús, la alpargata y la bicicleta son los medios de trasporte más recomendables.

Zona norte (Arashisiyma): Conjunto de 24 templos entre jardines en Daitoku-Ji. Templos, templetes y jardines Zen en los que hay que pagar para entrar (la zona es Patrimonio de la Humanidad). Lo hicimos en un par de ellos y es suficiente para hacerte una idea. A la salida el calor era sofocante y nos refugiamos, a medio camino de la siguiente parada, en un barucho regentado por un abuelete encantador vestido como de “payaso de Micolor” que nos sirvió unas cervezas heladas mientras balbuceábamos (él en japonés y nosotros en japanenglish) y nos reíamos sin saber muy bien de qué.
Kinkikujimichi (el pabellón dorado): Una especie de templo dorado en medio de un lago rodeado de jardines. Una preciosidad en un entorno agradable y tranquilo, que recomiendo ver a primera hora para evitar las aglomeraciones. El paseo por los jardines que lo rodean es obligado.

Después de pensar si continuar al siguiente punto que nos habíamos propuesto o dejarse morir extenuados, optamos por una tercera vía, consistente en tomar el autobús de vuelta hacia el hotel, refrescarnos, comer algo y, con renovadas fuerzas, volver a la brecha. La brecha se nos hizo en el cerebro y nos quedamos vagueando en la habitación hasta media tarde, cuando decidimos ir a la Zona Centro (Castillo de Nijo). Llegamos tarde y habían cerrado. Pero, como no hay mal que por bien no venga, a las 19:00 h abrían de nuevo para visita nocturna gratuita (1.600 yenes que nos ahorrábamos). Sin palabras. Entrando al atardecer, el espectacular Castillo de Nijo, protagonista inerte de muchas de las pelis clásicas japonesas, se nos presentaba con una iluminación tenue que apenas se diferenciaba de la propia de la caída de la noche, para ir llenándose de juegos de luces de colores combinadas sobre las fachadas pletóricas de filigranas, dando al conjunto un aspecto bellísimo y sobrecogedor que invitaba al silencio y la contemplación. Pero no queda aquí la magia. En una de las estancias ofrecían un pequeño concierto, también gratuito al que, por supuesto, entramos. Hasta ese momento, nada extraño. Salen a escena un par de señoras ataviadas con coloridos kimonos y un señor cojo que, cojeando, se dirige a hacerse cargo de su contrabajo. Una de las señoras, la que luego ejercería de vocalista, nos endosa un discurso en japonés que, por cierto, suena muy bonito en una voz femenina y, cuando imaginábamos que iban a tocar esas cosas que tocan los japoneses, se arrancan con “Gee baby”, un clásico de Jazz que inmortalizaron Nat King Cole o Dizzy Gillespie y que nos dejó con la boca abierta y los ojos como platos. Unos pocos temas más para acabar de intentar que el público asistente (no más de 30 ó 40 personas) siguiera el ritmo con las palmas: caray con los nipones lo que les cuesta ser espontáneos si no van pedo. Delicioso final a la visita y al día. Un día perfecto en la capital de Kansai.

Mañana a ponerse hasta el moño de buey de Kobe en… Sí, lo habéis adivinado: en Kobe. Por la tarde, si nos da tiempo y a golpe de tren bala, iremos a patear por Osaka.

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