Grecia, una sociedad díscola (II). La desconcertante afinidad de griegos y españoles

Viaje a Grecia, una sociedad díscola

La desconcertante afinidad de griegos y españoles / Texto: Fernando Bellón / Fotos: F. B. y Antonia Bueno /

El viajero empieza a ver en los ciudadanos atenienses a los protagonistas agónicos de la tragicomedia ática. Agón en griego significa lucha, y es evidente que la vida del griego medio tiene algo de superviviencia. Solo algo. Para empezar, uno percibe que los griegos y las griegas están cortados por el mismo patrón que los españoles, sean morenos o rubios, delgadas despeinadas o gordas de peluquería, hablen en voz baja o a gritos. Un par de chicas griegas que conocí en Atenas me decían (cada una por su cuenta, en inglés) que en el Reino Unido las confundieron con españolas al escucharlas hablar.

Viaje a Grecia, una sociedad díscola

Ciudadanos griegos en la estación de Metro de Thission, en la línea del Pireo. Podían salir de un vagón de Metro en Vallecas o en Aluche.

Quien haya leído la entrevista con la fotógrafa Lilia Koutsoukou en Agroicultura-Perinquiets conocerá algunos detalles de la rebeldía griega. Al transitar por las calles libertarias de Atenas, al entrar en sus tabernas, al circular por las carreteras de Ática, de Beocia o del Peloponeso, encuentra pruebas por doquier de la actitud agónica de los griegos modernos, más aficionados a Aristófanes que a Esquilo.

Por ejemplo, todo el mundo fuma en todas partes. Pregunté a otra joven griega que hablaba un perfecto español si en su país no estaba prohibido fumar en lugares públicos. Me dijo que igual que en España y otros países europeos. Pero que nadie obedece la ley y nadie se preocupa de ejecutarla. Fumar, sé por experiencia de otros viajes (por ejemplo a Israel y a Colombia), es una muestra de tensión, de crisis. Y en Grecia si sobra algo es crisis. Según la fotógrafa Lilia Koutsoukou, que ha tenido la amabilidad de revisar esta crónica antes de su publicación, en Grecia “una ley para ser respetada debe estar en vigor más de diez años. Por si mientras, cambia, me imagino…”

Otra muestra de rebeldía y acción díscola es la conducción. En el viaje a Nafplio, antigua capital de Grecia en el Peloponeso, a la que se llega rozando Corinto, Micenas y Argos, el chófer amigo que nos llevaba adelantaba furgonetas, camiones y autobuses que iban a paso de tortuga sin tener en cuenta la doble línea en la carretera. Hay que decir que no lo hacía a lo loco. No era el único. Si bien contaba que entre la juventud sí se da la locura de la conducción, y la gente se mata o se despeña en las curvas con frecuencia de vértigo. Este efecto de saltarse la prohibición de adelantar lo volvimos a vivir en la excursión a Delfos, subiendo las laderas del monte Parnaso, con su corona de nieves venerables. El chófer del autobús pisó varias veces la doble línea para dejar atrás unas furgonetas y unos tractores.

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Teatro de Epidauro, en el Peloponeso. Tápese la parte inferior de la fotografía, y el paisaje puede ser de Alicante o de Murcia.

Paisajes, mercados, sentimientos

El paisaje rural griego es también una réplica del español mediterráneo, del italiano o del argelino más próximo a la costa. Tan mediterráneo que no cuesta trabajo pensarse en las curvas de la carretera entre Denia y Calpe.
Las carreteras están llenas de carteles (con frecuencia confusos, y no por los caracteres griegos, sino por la indolencia de quien los coloca, como en España) con referencias a acontecimientos históricos o a mitos, como el rapto de Helena por Paris en las costas del golfo de Sarónica, o la batalla de Platea, que supuso el final de las guerras médicas en territorio helénico, en la llanura donde se halla la nueva Tebas, que en griego suena “Civa”, capital de la región de Beocia.

Las llanuras helénicas son escasas, y están bien aprovechadas. El mundo rural griego es montañoso, apropiado para el cultivo de almendros, olivos, algarrobos y vid. Mi amiga Lilia me decía que rara es la familia griega de clase media que no posee un trozo de monte o de huerta, viva en Atenas, en Tesalónica, al norte, o en Kalamata, al sur. Los familiares que viven en el pueblo o aparceros amigos la cultivan, y la familia tiene aceite y legumbres para casi todo el año. Debe ser por algo de esto que los supermercados de tamaño medio son infrecuentes en las ciudades. Los mercadillos sí se plantan aquí y allá, como el que recorrimos en el barrio de Exarquía, a lo largo de la calle Kalidromiou un sábado por la mañana. Las verduras y las frutas son las mismas que se pueden encontrar en los mercados valencianos, y más o menos al mismo precio.

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Se nota que es Atenas por la pintada de la izquierda. La calle Kalidromiou es una galería de arte urbano, como las otras de Exarquia.

La novedad griega son los pescados, que en la España mediterránea se venden poco en la calle. Me llamaron la atención los gritos de los pescaderos que, igual en los mercados ibéricos, proclaman las virtudes del género. Y lo hacían en su lengua y en la mía, al menos en apariencia, porque yo escuchaba con claridad la palabra “fresco”.

Tampoco he visto muchos hipermercados. He pasado por delante de algunos, no tan gigantescos como los de aquí. Y en cuanto a los centros comerciales, son de pequeño formato, salvo alguna excepción, que supongo la habrá, pero rara. Eso quiere decir que el pequeño comercio domina en Grecia. He leído y escuchado quejas de que la crisis se ha cargado muchos negocios familiares, y la confirmación se ve en la cantidad de cierres echados en todas las calles, céntricas y periféricas. Antes citaba las ferreterías y tiendas de confección (supongo que asiática) en las calles céntricas de Atenas.

También me hablaba Lilia de la resistencia de los griegos a pagar impuestos, evidente en el estado de las carreteras y en otros detalles menos manifiestos. Esto significa que el dinero negro corre como la fuente inagotable de Castalia, porque hay que pagar al médico que te ha operado en un hospital público, y otro tipo de mordidas oficializadas, si bien no oficiales. El dinero negro es lo que explica la vitalidad de Grecia, donde no se observan signos de miseria, ni siquiera de necesidad, sino de paciente resignación. Igual que no se ven a los refugiados, recluidos en sus campamentos en las islas egeas o en albergues urbanos, y que no invaden las calles, aunque sí están presentes a modo de representación no masiva por las aceras de Atenas, por ejemplo, el excelso violinista de la foto.

La estratégica ocultación de los refugiados

Recomiendo a quien quiera conocer el drama de los refugiados en Grecia que se meta en esta página de Cafe Babel (enlace: http://www.cafebabel.es/sociedad/articulo/barrios-marginales-de-atenas-disimulen-parezcan-griegos.html). Como he dicho, yo no vi muchos por las calles de Atenas. Algunos mendigan, otros tocan el acordeón, pero no acosan con su desgracia al viandante. Nos dijo el amigo que nos llevó a Nafplios que a veces se cuelan en tropel en la ciudad, como sucedió en noviembre. Al parecer habían llegado al Pireo en los transbordadores que atracan allí procedentes de todas las islas egeas. Ocuparon un jardín próximo a la plaza de Victoria. Pero la policía se los llevó a albergues, como el que aparece en la fotografía, un antiguo pabellón de baloncesto en el barrio periférico de Elliniko, al lado del viejo aeropuerto.

La instantánea está tomada desde el tranvía que va de la plaza Sintagma a Voula (se puede ver la ropa tendida en cuerdas delante del edificio), un largo recorrido que ilustra a la perfección la vida urbana de los atenienses normales y corrientes, acostumbrados a sortear la crisis con experta habilidad de funambulistas.

La línea del tranvía de Voula recorre hasta la mitad la costa entre el Pireo y el cabo Sounio, donde se hallan los restos el templo de Poseidón. Es un viaje instructivo e informativo. Pasa por delante de tus ojos una película acelerada de la vida cotidiana de los barrios periféricos de Atenas. Los ricos, como el de Faliro, los que tienen fama de pobres, como el de Tavros, y los que se disponen a lo largo de la costa, con sus playas y sus marinas. Esto de las marinas es algo desconcertante, porque las hay a decenas en toda la costa ática. No las conté, pero deben albergar miles de barcos de recreo y también verdaderos yates. Supongo que el número de naves atracadas se corresponde con la cantidad de familias que no han sido afectadas por la crisis, una cifra convincente, miles de personas que no padecen la agonía de la privación. Pero también manifiesta la vinculación del mar con el común de las gentes helénicas, algo tan viejo como el acoso aqueo a Troya y todavía más antiguo, las culturas minoica y micénica, mil y pico años antes de nuestra era.

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Una playa del golfo de Sarónica, en Voula, tomada el 6 de diciembre. Al fondo luce el Pireo.

Bañistas por prescripción facultativa

Otra imagen que deja perplejo al viajero comodón es la de los bañistas. En las playitas que salpican la costa sur del Ática se ven individuos e individuas que se despojan de la ropa y se meten en el mar. Esto ya es de por sí llamativo en diciembre, porque los peatones íbamos bien abrigados. Sin embargo lo excepcional es que los bañistas son hombres y mujeres de edad incluso provecta. Algunos llegan en su coche, aparcan en un malecón paralelo a la playa, se desvisten delante de ti sin el menor enojo, se meten en el agua y se ponen a nadar como delfines maduros. Yo imagino, por la edad que representan, que serán pensionistas.

Y no vaya el lector a creer que se trata de hombres y mujeres de complexión atlética, acostumbrados a competir en las olimpiadas de la tercera edad o forjado su cuerpo en el gimnasio. Son tipos como usted y como yo, de carnes fofas y aspecto de jubilado de los que se quedan mirando las obras públicas. Como no hablo griego no pude preguntarles qué les atraía del remojón prolongado, nada de meto los pies, me salpico y salgo corriendo a secarme. Son buenos hijos de Poseidón o de su víctima, Ulises, que sufrió naufragio tras naufragio durante los diez años que le costó volver a Itaca desde Troya.

La explicación que me da Lilia de este misterio es la siguiente: “Los médicos proponen siempre a los jubilados y no solo a ellos baños para todas las enfermedades de los huesos y piel. Todos los mayores griegos hacen bajo inscripción médica unos 90 baños, todos los días de verano, de una hora en el mar. Después los complementan con baños termales. Es algo muy común. Además desde pequeños nos obligan tomar baños en el mar, pero no tomar el sol sino nadar o por lo menos flotar donde no tocas con los pies, con el reloj una hora. De toda la vida y aun hoy cuando acompaño mis padres en la playa tengo que decir les la hora desde la orilla.”

Los pensionistas que no se meten en el mar se dedican a jugar a la pelota con raquetas. Y luego, también se ve a otras personas que no entran en esa categoría de bañista aventurero. A lo largo del matorral mediterráneo que hay entre la carretera o avenida Posidonos y la playa uno encuentra emboscados a grupitos de hombres sentados en torno a una mesa plegable jugando a las cartas o simplemente comentando la meteorología o la metafísica de Aristóteles. Me dio la impresión de que, en este caso, más que pensionistas eran refugiados que habían salido a tomar el aire marino, no el sol, porque ese día estaba nublado e incluso se puso a llover, sin que nadie se molestara por ello.

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El follón guerrillero en la calle Tositsa, que nace entre el espléndido museo Arqueológico y la castigada Escuela Politécnica

Guerrilla urbana de baja intensidad, una vieja costumbre balcánica

He dejado para el final de la crónica el episodio menos turístico del viaje. Me refiero a los dos días de manifestaciones, huelga y guerrilla suave que viví en Atenas. Aventura que no tuvo nada de ello, porque ni mi integridad sufrió amenaza ni menoscabo, ni los trastornos ciudadanos fueron tales, pues solo se detuvieron, y con largas horas de funcionamiento entre medias, el metro y los autobuses.

Esta imagen impactante (la podrás tomar de la crónica) nos recibió al dirigirnos al hotel el martes, día 6 de diciembre. Tuvimos que precipitarnos dentro de él porque empezamos a llorar como fuentes. Eran los gases lacrimógenos disparados por la policía, que a su vez recibía morteros a base de petardos bien fuertes (en Valencia se llaman “masclets”) y de cohetes, lanzados por los guerrilleros urbanos.

Esto tenía lugar en al barrio de Exarquia, en torno a la plaza del mismo nombre. Las calles, normalmente llenas de vehículos aparcados, estaban vacías. Los negocios, cerrados a cal y canto. El resplandor de las llamas dominaba la atmósfera.

Sin embargo no se advertía una tensión especial en el ambiente. Los guardias estaban tranquilos (al menos los de la retaguardia), los fotógrafos de los medios, también, todo el mundo con su máscara antigás, y los escasos viandantes salían corriendo no por miedo a encontrarse en medio de un fuego cruzado, sino huyendo del gas lacrimógeno.

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La plaza Exarquia una noche después del tumulto. La pancarta proclama la necesidad de luchar en común por la vida, la dignidad y la libertad.

Esta escena de guerrilla parece ser habitual en Atenas, y forma parte de una liturgia, una representación, un rodaje. Se diría que los protestantes mantienen el tipo y la policía se entrena. Me enteré luego de que esa guerrilla de baja intensidad tenía lugar todos los primeros de diciembre, en conmemoración de un suceso trágico ocurrido en 2008, la muerte de un estudiante en la plaza Exarquia en una algarada parecida a esta, pero con un gobierno menos transigente con el desorden.

El barrio Exarquia es el escenario permanente de estos episodios pseudoinsurreccionales. Viene a ser una sucursal moderna del teatro de Herodes Ático, al pie de la Acrópolis, donde todavía se representan tragedias y comedias clásicas griegas. Todas sus calles, en especial la plaza del mismo nombre, son el proscenio donde se desarrolla la acción. Una acción diaria, porque la escenografía pintada en las paredes de los edificios cambia, con carteles nuevos y renovación de pintadas.

Esto de las pintadas tiene su vertiente profesional. En el barrio de Monastiraki, otro escenario del grafitismo a lo bestia, encontramos varios negocios de venta de aerosoles. Aunque la mayoría de las intervenciones estéticas, llamémoslas así, son espontáneas y responden a la ira juvenil o a propósitos ideológicos, también hay quien decide pintar el cierre de su negocio quizá para evitar que se lo embadurnen los “bárbaros”. Algo que observamos en las inmediaciones de la plaza de Omonia, en una tienda de delicatessen.

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Fantasía libertaria.

Es el caso que el barrio de Exarquia lleva una vida intensa pero tranquila durante el resto del año. Tiene cafeterías, restaurantes y bares de copas exactamente iguales que los que se pueden encontrar en el barrio de Malasaña de Madrid, en el del Carmen de Valencia y en otros parecidos de ciudades ibéricas. La diferencia suele ser que la restauración griega es muy superior a la española, y al mismo precio. Cuando llega el día de la representación, los negocios echan el cierre y esperan a que escampe. Al día siguiente, se vuelven a llenar. Hecho este que refleja mal la crisis que acogota al país.

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Monumento a la masacre de 1973 en la Escuela Politécnica de Atenas

Uno de los lugares emblemáticos del barrio de Exarquia es la Escuela Politécnica. El 17 de noviembre de 1973 la escuela sufrió la invasión del ejército que había dado un golpe militar seis años antes. De la entrada de los tanques en el complejo queda un patético monumento. La matanza de estudiantes dio lugar a la caída de la dictadura, y convirtió la escuela Politécnica en un espacio de culto político. Un culto en el que se incluye la intervención estética de sus paredes, repletas de pintadas y de pasquines. No sé si esta costumbre se extendió con una mancha de aceite al barrio entero o fue al revés.

Después de la guerrilla de baja intensidad, las manifestaciones pacíficas y hasta folklóricas. En la puerta del ascensor del hotel apareció un pasquín (de la dirección) advirtiendo que al día siguiente había huelga general. Afectaría al Metro y a los autobuses, con un amplio horario de servicios mínimos. Corrí al mostrador de recepción a preguntar por las repercusiones de la protesta, ¿encontraríamos los comercios, los museos, los restaurantes cerrados? Nada de eso, fue la respuesta, todo estará abierto. ¿Pero no es una huelga general? El recepcionista se encogió de hombros y dibujó una ancha sonrisa.

Viaje a Grecia, una sociedad díscolaDebido a nuestra ignorancia del idioma griego, no hubo manera de enterarse del motivo de la huelga. Las personas que participaban en la manifestación, que al parecer hace un recorrido fijo entre la plaza de Omonia y la de Sintagma por la calle llamada del Estadio, lucían el esperado aspecto de trabajador asalariado (del Estado, imagino, pues todo lo demás funcionaba), de pensionista o de parado. En las fotografías se puede ver que dominaban los hombres y las mujeres de edad madura, sin que faltaran los jóvenes. Algunas chicas aplicadas y sonrientes recorrían las aceras ofreciendo a los transeúntes ejemplares de un periódico comunista, y tendiendo hacia ellos una caja de zapatos donde podían contribuir a la causa.

Me dirigí a otra muchacha que portaba una pancarta en compañía de otros jóvenes y le pregunté si tenían folletos explicativos en inglés o en francés. Se disculpó, no tenían presupuesto para traducciones. ¿Pero quién convoca la huelga? Los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero, el gobierno no es de izquierdas? Lo era.

 

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