Cosas que hacer en el norte de Huesca que no sean ni el cabra ni esquiar

HUESCA Y LAS MODAS DEL AÑO 1000. Texto y fotos: P. Plant.

Lo que tiene el Pirineo es esa paz como magnánima e infinita. Y allá que llegamos nosotros. Algunos a subir montañas, otros a bajarlas esquiando. Todos algo afanosos y acelerados. Y eso es algo que el frío se encarga de congelar, una vez se pisa la tierra.

Cosas que hacer en el norte de Huesca que no sean ni el cabra ni esquiar: dormir, comer y ver iglesias. Ahí está el tema.

Hemos dirigido nuestros pasos (dicho así suena muy Semana Santa) a tres lugares cercanos, además de registrar con ahínco los pueblos de nuestro alrededor. Estos tres lugares son Jaca, Santa Cruz de la Serós junto con San Juan de la Peña, y la comarca del Serrablo. Y así como a Jaca y a San Juan uno va a comprobar todo lo que se dice o se lee, tanto en Santa Cruz de la Serós como en el Serrablo es capaz de descubrir novedades, ya que no son tan mencionados fuera de su provincia.

Jaca parece muy populosa, una vez se baja desde las montañas. Vas fijándote en las bóvedas de la catedral y sin querer pisas a alguien. (foto 1) También te puedes tropezar con un pilar cruciforme, pero para eso no hace falta que haya gente. Y a la confusión de identidades campo-ciudad que se da entonces en el estado de ánimo, con tanta voz a tu alrededor, se añaden los dibujos de las nervaduras, las historias de las imágenes desde los capiteles y las velas que uno enciende con un donativo y que ahora son eléctricas.

Santa Cruz de la Serós, a los pies de la ascensión hasta San Juan de la Peña, es un pueblo que ofrece un poco de todo: arquitectura, tanto culta como popular, armonizadas con el entorno y en buen estado; lugares para comer; naturaleza; y rincones para fotografiar. El protagonismo cultural lo comparten las iglesias de Santa María y San Caprasio; la primera formó parte de un suntuoso monasterio femenino desde el XI; la segunda, casi cien años anterior, parece ser la iglesia parroquial.

A la Iglesia de San Caprasio la vistieron a la moda lombarda. (Foto 2) Un detalle que agradecimos extasiados, por el contraste que produjo en el viaje. Pequeña, y de sencillo aparejo mediano, sus humildes hechuras quedan graciosamente estilizadas por la disposición de bandas lombardas en toda la longitud del muro. Esta inclusión de la verticalidad dentro de la horizontalidad produce un tremendo dinamismo en el volumen total, dándole una cualidad aérea. Como si flotara dentro de un manto. Representa además una variación formal particular del arte decorativo lombardo, siendo igualmente indisoluble de la estructura. Tiene la esencia de lo ideal.

Dejamos a San Caprasio flotando en su lugar y nos acercamos ahora a la iglesia de Santa María (foto 3), único edificio en pie del antiguo monasterio benedictino. Aquí encomendó el rey Ramiro I de Aragón a tres de sus hijas, y por ello el lugar se hizo rico y suntuoso, hacia el final del siglo XI. Lo demuestra la elección en los materiales y las proporciones, el estilo decorativo y la ejecución del ábside y la bóveda de cañón, que apuntan a Francia, con alusiones a la corte de Aragón mediante el decorativo ‘taqueado jaqués’. La cercanía del Camino de Santiago la sitúa a mano de las logias de constructores que lo recorrían. Sin embargo, la concepción general exterior del templo, difícil de leer, pertenece a una tradición constructiva local que hemos visto en las montañas. Los elementos se presentan apilados y aparentemente desordenados, apuntalándose unos a otros, como se usaba por entonces en Bizancio y el este de Europa. Resulta, desde el punto de vista del románico pleno, de una disposición algo cubista, picassiana.

Rematamos la faena sensible comiendo unas migas con uvas y un conejo asado en O´Fogaril, un bar restaurante muy concurrido. La gente y los platos son muy agradables. (foto 4)

Y silenciando apuntes sobre San Juan de la Peña, porque muchos se pueden encontrar por ahí, y porque habría demasiado para sintetizar, cambiamos de día y ruta.
Las iglesias del Serrablo son motivo de una polémica académica por su inclusión o no en el denominado estilo mozárabe. Pero, clasificaciones aparte, lo que importa es que en un momento del siglo XX, un grupo de gente amante de su cultura y emprendedora encontró en estas iglesias características particulares, y se sintieron especiales en medio de la abundancia de obra románica del norte de la Península, entre la que es difícil destacar. Y esto llevó a que todas fueran restauradas integralmente, o reconstruidas.

La visita a San Bartolomé de Gavín, sola y vigilante en medio de la montaña, nos recuerda que originalmente no fueron levantadas para núcleos urbanos, sino para comunidades dispersas, que se reunían allí.(foto 5) La influencia andalusí está fuera de toda duda en estas iglesias, pero en vez de polemizar con respecto a su pertenencia a modas anteriores o coetáneas, se podría fantasear, examinando sus proporciones, especialmente de las torres, con la proyección que pudieron llegar a tener hacia el futuro, y buscar su eco, si es que lo tuvo. Ahí hay mucho campo despejado.

Tras visitar Barbenuta y Espierre, pueblos aún más encaramados en las alturas, y sus respectivas iglesias, descendemos a buscar San Pedro de Lárrede, que nos ve llegar de lejos y nos presenta su ábside al borde del camino. (foto 6) Esta bella obra, muy restaurada, habla muy bien sobre un tipo de oposición entre lo vertical y lo horizontal que se da comúnmente en el Serrablo: el contraste. El contraste de volúmenes y alturas, y su efecto en nuestra percepción, que es la monumentalidad. Tan cerca pero tan lejos de San Caprasio la lombarda, que integraba hasta fundir y hacer pertenecer el uno al otro a los dos discursos. O de Santa María, la cubista ascendente.

Fijarse en la disposición de los volúmenes y las proporciones podría ser más apasionante que las observaciones comparadas sobre aspectos decorativos, en función de catalogaciones mil años posteriores a su construcción. Lo cual no quiere decir que no nos paremos a paladear las elecciones decorativas del Serrablo, y reconocer en ellas ese aire que trae y lleva los vientos de la moda hasta los rincones más remotos, o bien soluciones propias.

Al regresar arriba, en las pistas de esquí, se celebra una fiesta fin de temporada. Pensé que tanto la música como el volumen eran de cárcel. Pero afortunadamente no estoy al cargo de tales justicias sensibles, que son justicias imposibles. Y sobre todo, puedo huir de nuevo a los valles.
En esa fiesta también hay mojitos, gafas de sol tamaño escafandra y calvos fornidos de seguridad, sin pinganillo, tirando a antipáticos. Cosas así. Peña con pinta de sana emulando lo insano. Muy raro.

En la tienda, algunos franceses compran litronas de pastís. Llevan tantas que no las acaparan con los brazos. Yo también me voy a tomar algo. Hasta luego. (foto 7)

(0) Foto cabecera: Fachada. San Caprasio
(1) Crucería estrellada y luz. Jaca
(2) El manto lombardo de San Caprasio
(3) La regia Santa María
(4) O´Fogaril
(5) San Bartolomé en su montaña
(6) San Pedro de Lárrede al borde del camino
(7) Un esquiador medita frente a la Asunción, en Panticosa

Restaurante O´Fogaril
Calle Baja nº 6
22792 Santa Cruz de la Serós (Huesca)
Tfs: 974 361 737 / 659 543 336
ofogaril@lospirineos.com
www.lospirineos.com/ofogaril/
Coordenadas GPS: N 42º 31’ 25″ – W 0º 40’ 23″

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